Llueve lento en lacónicos goteos y una luna bonachona, iridiscente en su llenura, se disipa tímida entre grises nubarrones que se mueven veloces empujados por un frío vientecillo nocturno ... Apenas se puede distinguir en el bullicio de los transeúntes, el asonante sonido del silencio. Ese que quisiera disfrutar hoy, al suave relampagueo de las luces navideñas que dibujan extrañas siluetas recostadas sobre el marfil de la pared.
Aires decembrinos, vísperas navideñas. La lista de cosas que hacer antes de que este año se despida para siempre y la lista de nuevos propósitos de Año Nuevo que siempre se queda en bosquejo. Un nuevo año parece siempre el inicio de una nueva vida, no la continuidad de la existente, y allá por la mitad de enero ya todos los proyectos quedarán archivados en el cajón de para luego, si no para el año que viene. Otro año más, otro año menos. Tiempo de inventarios y balances. Tiempo de escarbar sentimientos. Como para sacar al sol y desempolvar esos recuerdos por un tiempo arrinconados. Familia y encuentros. Visitas pendientes por largo tiempo. Mirar de reojo a los más desafortunados y compartir una manta tibia o un chocolate caliente. Encajarse hasta las orejas el gorrito aquel tejido por la prima, complacer los caprichos llorosos de las ancianas de la familia que buscan remedios caseros para curar todos los achaques y discapacidades. Los días parecen más cortos en diciembre, apurados por concluir las tareas postergadas...