de mi reloj de arena,
atascado desde el cuello,
prende fuego mi alameda,
las cenizas alzan vuelo,
cristaliza cada grano,
se transforman en vidriera,
el silencio del cielo es mi sudario,
trago el fuego que me quema,
se dilatan los espacios,
batir brazos la escalera,
que no sabe más que abandonar,
corroídas alacenas,
de dolores como penas,
sacrificados en los trazos,
y adormece el confidente,
cual candil de carabela.