Es lunes por la mañana.
Vuelvo a los mismos problemas,
retomo viejas rutinas,
reanudo las mismas penas
que suspendí hacia la noche
del viernes para no verlas
el sábado y el domingo
- vida breve, breve tregua -
para no verlas nomás,
no para que no estuvieran.
¡Gracias, Altísimo Padre,
por la familia y la fiesta!
¡Por el sábado y el cine!
¡Por el domingo y la Iglesia!
Pero también te agradezco
por mis pobres penas viejas,
que al cabo, si no me matan,
puede que me fortalezcan.
Si las soporté hasta aquí
el mérito es de tu fuerza.
Mañana, cuando me vaya,
para estar en tu presencia,
habrán de quedarse acá:
son asunto de la tierra.
Te ruego que me las cuides
cuando ya no esté con ellas.