De tanto empeño
Yo que volví del cielo sin aureola,
que madrugué sin recordar el sueño,
piso mi voz, única sombra sola
antes de arder en el cansado leño.
Y emerjo azul, sin otra caracola
que mi bondad y el gesto de mi ceño,
ese en que busco en el rumor de la ola
el mar elemental del que fui dueño.
Por calles arderé sin más pistola
que el verbo palpitar, que el sol risueño,
que el paso hacia el zenit que me acrisola.
Sin prisa me verán, me haré pequeño
hasta no verme más tras mi amapola,
hasta al suelo volver de tanto empeño.
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18 12 13