Darío Ernesto

Una tarde en despedida

 

 

Una tarde cualquiera, de verano  de  invierno  o cual sea

el alma  se aprisionará, cansada y desvalida

Muy cerca  y a  la vez lejana

Voces de  niños, trinos de gorriones la suave brisa.

¿Que extrañarà el alma, en otros cielos?

Desde aquí, hacia el infinito

Desde lo profundo, sin luz, sin viento.

Avisan los temporales, resuenan los ventanales

Puesto que  se avecinan,  el  ciclón, los fuertes tornados,

 Y en los rincones de un patio de sombras olvidadas

Truena  un  níspero guardián, sabiendo en hojas nuevas

  el presagio.

El venidero sismo, que el alma espera.

 llegará el tiempo, de los  diluvios, donde todos los ángeles

Lloren al unísono

Sabe el hombre en lo  profundo

el  limite de sus fuerzas

Retorciendo las manos, ellas compañeras

Siendo un mismo cuerpo, la misma sangre

Los mismos pies, todos en cansancios de promesas  esparcidas al viento.

Cuando en la soledad, surge una lagrima

Cuando  solo, se mira  a un  mundo infinito

Distraído y abstracto, el ser  vuela a lugares remotos

Encorvados se hacen los suspiros

Que pugnan  del centro de un oscuro pozo

Donde el alma reposa, sin  fuerzas, ya sin rumbo.

Poco a poco los ojos  pierden brillo

Silencios  y  pensamientos

Embargan al peregrino funesto

Sintiéndonos forasteros de sueños,

promesas  que se llevaron los años

No existe retorno, cuerpo y espíritu se han desgastado

Poco a poco el mortal, su prójimo,  le fue mutilando

Negándole  el amor.

Hasta un viejo árbol, se viste  de otoños

Para nunca mas florecer en primaveras

Una tarde, una tarde equivocada

Se irán mis ojos a mirar dentro

Se detendrán mis latidos, mis labios resecos

Mas aun con tu llanto entrañable  hermano o hijo mío.

No despertará,  el  sordo y mudo cuerpo,

Me gritarás,  vociferando

Sacudiendo mi  frío rostro blanco,

Que no me valla, que despierte de ese sueño

¡Será en vano,  mis musas y mis duende  seguirán su eterno vuelo!

De pie un día estuve,

cada jornada implorando

Mas no supe gritar alto, enmudeció  mi garganta

por falta de fe, por falta de tu abrazo.

Una tarde  indefinida,

triste o  feliz mi alma  anhela

cerrar los infinitos párpados de los  ojos perdidos.

 

Darío Ernesto Muñoz Sosa

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