Una tarde cualquiera, de verano de invierno o cual sea
el alma se aprisionará, cansada y desvalida
Muy cerca y a la vez lejana
Voces de niños, trinos de gorriones la suave brisa.
¿Que extrañarà el alma, en otros cielos?
Desde aquí, hacia el infinito
Desde lo profundo, sin luz, sin viento.
Avisan los temporales, resuenan los ventanales
Puesto que se avecinan, el ciclón, los fuertes tornados,
Y en los rincones de un patio de sombras olvidadas
Truena un níspero guardián, sabiendo en hojas nuevas
el presagio.
El venidero sismo, que el alma espera.
llegará el tiempo, de los diluvios, donde todos los ángeles
Lloren al unísono
Sabe el hombre en lo profundo
el limite de sus fuerzas
Retorciendo las manos, ellas compañeras
Siendo un mismo cuerpo, la misma sangre
Los mismos pies, todos en cansancios de promesas esparcidas al viento.
Cuando en la soledad, surge una lagrima
Cuando solo, se mira a un mundo infinito
Distraído y abstracto, el ser vuela a lugares remotos
Encorvados se hacen los suspiros
Que pugnan del centro de un oscuro pozo
Donde el alma reposa, sin fuerzas, ya sin rumbo.
Poco a poco los ojos pierden brillo
Silencios y pensamientos
Embargan al peregrino funesto
Sintiéndonos forasteros de sueños,
promesas que se llevaron los años
No existe retorno, cuerpo y espíritu se han desgastado
Poco a poco el mortal, su prójimo, le fue mutilando
Negándole el amor.
Hasta un viejo árbol, se viste de otoños
Para nunca mas florecer en primaveras
Una tarde, una tarde equivocada
Se irán mis ojos a mirar dentro
Se detendrán mis latidos, mis labios resecos
Mas aun con tu llanto entrañable hermano o hijo mío.
No despertará, el sordo y mudo cuerpo,
Me gritarás, vociferando
Sacudiendo mi frío rostro blanco,
Que no me valla, que despierte de ese sueño
¡Será en vano, mis musas y mis duende seguirán su eterno vuelo!
De pie un día estuve,
cada jornada implorando
Mas no supe gritar alto, enmudeció mi garganta
por falta de fe, por falta de tu abrazo.
Una tarde indefinida,
triste o feliz mi alma anhela
cerrar los infinitos párpados de los ojos perdidos.
Darío Ernesto Muñoz Sosa
Autor