El panorama y la rubia
Esa rubia fugaz, ese divorcio
y apenas ese altar abandonado,
ese macho feroz, ese papito
que aquí y allá sembró huachos cual flores.
Y el cuello del ministro que se atora,
pero miente falaz sobre el progreso,
el cuadro sin pintar, la boca rota
por el último charchazo de aquel padre vidrioso.
Los rezos de ficción del que te explota,
pero no habla de sus sueldos: -¿Qué es eso? ¡Comunismo!
El ruido del motor cerebro adentro,
ciudad adentro de los sueños oxidados,
la-puta-cuida-nietos porque la hija
es-puta-que-los-tuvo y aún trabaja.
La manca compasión de los obispos
que se cruzan de brazos, o sea callan,
ayer ante el que fue salvajemente torturado
y hoy día ante los niños que los mismos curas violan.
El mundo es pues, veloz, y en él visitan
las leyes por doquier el holocausto,
la causa de esta muerte fue el abuso,
la causa de este aborto fue la falta de prestigio,
y usted al paredón porque se roba esa gallina,
y usted a su mansión porque estafó a los ciudadanos.
Así se parte el mundo, no era plano,
ni es redondo en su avatar entre los hombres,
la pieza es el dolor, ella sostiene
toda la inequidad del llanto eterno.
Mañana manarán de sus ciudades
los mismos vagabundos que con Cristo
se encontraron, sólo que no quedan
ni nuevas redenciones ni otro cielo.
De hecho el cielo está más lejos cada día
y cada vez más sucio por causa del ozono
y de la polución de nuestras almas inmortales.
Quizá la rubia es lo mejor, que cada noche
en una esquina esperará, con un pezón al aire,
amantando la ficción de hacerte al menos
feliz en alguna profunda medianoche
de tu propia ficción y de tu enorme desencanto.
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