Como una tormenta llego, y me instalo en los rincones de los pensamientos de los que están presentes, son poetas y poetisas que leen sus textos y charlan bebiendo algo; fuman porro y ríen. Los observo: todos tienen carpetas con hojas de poemas que luego recitarán en la noche larga. Escucho a una poetisa leer un poema sobre Caín y Abel, y lo que me resultó sentir fue que era que estaba leyendola Biblia, pues hasta versículos de la misma leía. Realmente un bodrio, fue aplaudida, ¡qué costumbre de aplaudir lo malo! Al rato leyó un afeminado que hacía una apología al falo y al erotismo entre los varones. ¡Basura! La gente seguía bebiendo y charlando, eran pocos los que prestaban atención a las lecturas; la luz era tenue. Y así pasaron cinco poetas a los cuales no les entendí nada, no sé si eran neobarrocos o calambres llanamente. Hasta que llegó un joven de unos treinta y pocos y leyó un poema sobre la oscuridad y la decadencia, sobre el amor frustrado y sobre la noche. Creo que era un poema gótico, muy bien elaborado, con buenas imágenes y excelente vocabulario. Fue lo mejor de la noche. Entonces tomé mi saco y me lo puse, miré alrededor y observé la cantidad de poetas que hay y la poca poesía que existe. Me fui.