Los presidentes dicen presidenteces
al igual que decían, de candidatos,
esas candidateces
que uno les aplaudiera, por lo menos de a ratos.
Pinta la historia luego sus retratos
ocultando deslices y pequeñeces,
con hábiles pinceles bastante ingratos
con las gentes de abajo, que tantas veces
construyeran grandezas, parieran glorias,
a fuerza de sudores y sacrificios,
para que a cada prócer lo colocasen
a él solito en el podio de las victorias.
Más tolerables fueran sus pobres vicios
si el silencio de estatua lo adelantasen.
Nota:
El autor es hombre de partido. Milita, vota, discute y participa con entusiasmo. No por ello deja de pensar con su propia cabeza: a veces los políticos \"profesionales\" dicen, en su rol de gobernantes (y hasta ya antes, de candidatos) estupideces de grueso calibre. Una de las razones por las que lo hacen es que, por lo menos a veces, se las aplaudimos.