Oscar Perez

Cincuentena

Cincuentena

 

En esta adolescencia que es mi cincuentena,

cuando al mirar el sol veo palomas

y hermanos junto a todas las banderas

y en cada piel el río que en mi infancia me acunara,

me digo, les pregunto, pasajeros,

adónde llegarán esas mañanas que no vivo,

adónde fueron ya estos ojos que de pronto

se llenan de borregos y navíos y altas torres,

ustedes dónde están, que algunos faltan,

en dónde se quedaron los ausentes,

los vi permanecer en sus puestos de batalla,

como libros, como espadas que una y otra vez

alzan su fuego y dejan al caer estelas luminosas

de sangre, de palabras, de promesas incumplidas.

Ya las guardamos los que aún de pie nos mantenemos,

leyendo, batallando con la inercia de este mundo,

que es su peor maldad, pues no decide por sí mismo,

cuando ese fue el papel que en aquel barro le asignaran.

Les digo entonces, me pregunto, compañeros,

dónde y por dónde se van las primaveras,

las hijas de la edad, esas campanas

que tañeron para entrar puntual a la jornada

y que tanto me habitaron que hubo flores

para el mundo y para el mar en cada estrella.

Espero hacer lugar para la noche,

tender en mi balcón silla al viajero,

un vaso de cristal para la amada

y un beso de coral para los labios de quien amo.

Permítanme jugar con las ventanas de la vida,

allí ver un dolor, acá una ausencia

y en cada ventanal un rostro amable,

un niño en el que fui ya este mismo inconformista

y en el que habré de ser el ángel de la espera.

A mis cincuenta pues, sin cuenta canto

y me ofrezco a doblegar el mal que advierto,

el rostro del felón, la mala noche

de la madre que no vio volver al hijo,

me adentro en el volcán de las verdades para

en su lava ser fuego que limpia y que nos marca,

hoguera que confiesa, flor de ceniza

que en el atardecer cae en mis ojos.

Sin cuenta les diré que tengo el alma

tan nueva como ayer, antes del parto,

tan fresca como el mar con su naufragio,

 tan pura como el sol que siempre vuelve.

Y que adolescente soy, pues me resisto

a entrar en la bondad de quien me tiene pena,

de quien ve el lagrimón de mis dolores como baba

de un viejo que perdió la batalla contra el juicio,

de un loco que hasta el fin no acepta el yugo

ni el falso prometer de quien cumple con su horario.

La muerte ya vendrá, puntual en su incerteza

y súbita en su opción de llave a lo inasible.

Con esta adolescencia me verá volverme torre

y caer tras mi sudor, hecho cincuenta veces yo

mi corazón que ya se cubre de sin igual camisa de oro.

 

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