Hasta donde un hombre puede ocultar su pecho ante en desdén de la incertidumbre por la vida, desde cuando ha caminado por senderos equívocos sin soñar, sin reír, sin tejer presencias y sin mirar atrás; por cuanto tiempo debería soportar diatribas desde voces desconocidas por las manos y por los ojos que elevan el fluir de la vida hasta que le acaricie la brisa fresca… Es el desafecto indócil quien responde a todas las cuestiones que roban la tranquilidad hasta lo más frugal, hasta lo más intimo, siendo cadenas de necesidad las que atan estos nudos de mudez, siendo saltos pobres los que no alcanzan el acto por lograr, siendo sombras ocultas que se mojan en llanto por ser colgadas en el espíritu de quien no puede más, y más indefenso aún, parece ser un recuerdo que arrima el pasado con filos cortantes a la garganta que grita, que quiere amar otra vez… Ya no hay tiempo oculto, ya no puede caminar, todo está visible ante la mirada ciega de un hombre casi expuesto al fin de la vida; ya el llamado que acompaña a el amor naciente en la fragilidad de un grito desesperado empieza a dejarse de oír por el alma que persigue, por el sueño que añora y por el amor que pide su silencio; pero el hombre no acaricia la paz que cae detrás de la incertidumbre, desde hace muchos días ha tocado el fin del sueño, solo porque su presencia no soporta el flagelo del amor y solo porque su corazón cesó de respirar… Otra vez.