Apretando mis ojos, sale el sereno,
llenos de medianoche
clavándome como hierros,
su mirada de alambre,
trayendo a mi invierno el hambre.
Visto de luto a mis flacos tobillos,
¡que no me mande más el hambre!
que tuerce mis pasos
con el redoble temprano.
Tragando saliva,
voy con tambores de viento,
¿quién quiere ver mis llanteras?
¡Ni a los perros muertos
de estómago de piedra
les doy ya pena!.
Cubriéndome entre mis montes,
de estiércol y escarcha,
sueño con las raíces y tumbas muertas.
Yo nací recto,
¡torcida es la vida!
que me ha parido a gritos,
alimentándome de aceras
y cubriéndome de paja
para que no oliera.
Rugiendo van mis entrañas,
con mantillas de estiércol
y se me va la vida en decidir
si no matarme,
¡qué más quisiera yo! poder matar el hambre.
Oculto entre mis grietas,
caen mis rodillas de ceniza
y con ellas la valentía,
que se clava entre los mármoles de estiércol y la vida.