Apagado por tu rechazo me dirigiré a la habitación de los juguetes en llamas. No me consolará la botella rescatada del mar, ni el ron de los elegidos; me desmayaré como una adúltera del siglo XIX, mientras la llovizna azota el día. Despechado por tu arrogancia de maquillaje retornaré a las cosas prohibidas. Habrá en mi alma serpentina un rincón donde guarecer tus palabras ardidas, tus vocales azules y el destello de la piel que me entregaste. Siempre estaré escondido. Me encontrarás, cuando tu dignidad lo desee, en la habitación de los juguetes en llamas, ahí perduraré de los agónicos sonidos del gozne de tu corazón. Transpirado sueño a veces con tu mirada de océano, me libero por momentos, sobre todo cuando la tempestad arrecia y hace de la habitación de los juguetes en llamas un espectáculo digno del cirque du soleil. Me hambreo, prostituyo mi sombra a la luz de las lenguas del fuego. Consumo las cenizas de mi cuerpo vertidas en el cáliz de la maldición.