Pronto comenzaremos a contar los días de un nuevo año. Mas no me asusta que las hojas del calendario caigan para sepultarnos sin que lo notemos porque crecer y envejecer son algo tan natural como la aurora y el crepúsculo y ambas son caras de la misma moneda. Mas hay días especiales en que el alma abre sus puertas para dejar que el aire entre a ventilarla para evitar que el moho se apodere de ella. Son los días en que los anhelos se encienden como lámparas a media noche y las realizaciones toman el cuerpo de montañas que pintan el horizonte de esperanza. Entonces las palabras que musitan los labios se acercan a los corazones que padecen hambre de ternura y sed de amor para dejar en ellos una brisa que apacigua su violento fuego. Las horas del último día comienzan a congelarse como árboles endémicos frente a nuestros ojos y ante el espectáculo de la partida del viejo año sólo atinamos a sonreír a los demás y a comer uvas llenas de verdor. Pero así somos los humanos: indiferentes ante lo maravilloso y lo profundo.
Para romper la monotonía, detengamos nuestros pasos allá donde la montaña permite contemplar el arroyo que balbucea y la vida que palpita tímida ante la vastedad del infinito. Tengamos en cuenta que no es un año que se va sino un conjunto de vivencias que a partir de hoy enriquecen la gran mar de la historia personal y colectiva. Somos gotas de agua que se deslizan desde el cielo para formar afluentes de humanidad y con el paso de los días, volveremos a las nubes de donde partimos, al evaporarse nuestros sueños bajo los ardientes soles de la soledad y la ingratitud.
Sólo las buenas acciones, y entre ellas el perdón, cambiaran los parajes del tedio y del frío que emergen de los espíritus avaros y egoístas. Sólo las palabras sinceras tendrán el coraje suficiente para levantar a los caídos entre el fango y la indiferencia. Sólo un puñado de valientes serán capaces de llevar la nave hacia un puerto seguro y asegurar la felicidad de todos, pero para conseguirlo deberán renunciar a su propia felicidad si quieren ver el rostro de la gratitud humana. Espero que tú y yo nos encontremos entre este reducido número de gladiadores que desafían los malos tiempos y respiremos serenos las brisas del nuevo año que viene presuroso. Exploremos la distancia de los sueños mas no el futuro, que es propio de los magnánimos soñar en las noches y construir lo mejor de lo soñado con entusiasmo encendido y amor entrañable.
Feliz año te deseo y no prestes atención a las carcajadas de los necios que se burlarán de nosotros al escuchar el júbilo de nuestras voces al decir: Gracias Dios mío por el año que se fue y nuevamente gracias por el nuevo que nos llama a ser felices.