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El maestro y la Voz.

—Buenos días queridos discípulos! —saludó el maestro.

—Buenos días maestro! —respondieron los alumnos al unísono.

—Hoy les propongo que hagamos una oración. Será parte de un ejercicio. Primero la haremos interiormente, dentro de nuestros corazones. Luego, el que haya terminado, lo hará en público, como si estuviera solo en esta clase, y todos harán lo mismo.

Y así empezaron a orar. El silencio era inmaculado. La paz también reinaba en aquella sala y en las facciones de todos.

Pasados unos momentos, empieza a escucharse la voz de un alumno en su oración. Luego otro, que intentó coger el ritmo del primero, y luego otro, que ya iba muy retrasado, y otro, y más otro… Lo que, en principio era una oración, pasó a ser un vocerío típico de un mercado.

—Parad! —interfirió el maestro, haciendo con que la paz recobrara su lugar y fuerza.

—Habéis seguido correctamente lo que os he pedido. Muchas gracias! —felicitó el maestro.

—Pero qué podemos concluir de este ejercicio? —cuestionó el maestro.

—Nuestras voces se han interpuesto y no podíamos escucharnos. —dijo el más audaz.

—Hemos perdido nuestra paz. —comentó otro.

—Maestro, yo no he podido ni siquiera iniciar mi oración. —dijo un tercero, disculpándose frente al maestro.

—Muy bien! Todos han experimentado que algo tan poderoso, como es la oración, puede perder su fuerza sino la hacemos con el corazón. También sucede con nuestros pensamientos en la mente. Si dejamos que ellos nos “griten”, nos estaremos alejando de nuestros corazones.

»Nuestros pensamientos se interponen unos a otros, porque quieren tener la prioridad, y si a tu mente no la educas de que tú eres el verdadero maestro, perderás tu paz.

—Recordad que cuando puedas callar a tu mente, tu voz interior se hará más elocuente.