Erickzen Ludewig

El difunto

 

La lluvia golpea el sepulcro que esconde tus restos

Sobre una planicie esmeralda de soledad y recuerdos

Los ángeles lloran, la hierba se ahoga

La tierra se abre evaporando el silencio

Las campanas rebotan gritos en la madrugada

El aire se pudre por el olor de la peste

Los muertos despiertan buscando consuelo

Pues la vida, hace rato que se olvidó de ellos.

 

Tú lapida extraña el tacto de mi presencia

Sus velas marchitas anhelan la lumbre

Un ave oscura entroniza tu tumba

Sus ojos reflejan mi pesadumbre intacta

Picotea mi alma con un canto fúnebre

Agitando a los muertos que codician mi estampa

Ellos, desgraciados, podridos y malolientes

Me arrancan las flores que traje a tu encuentro

De sus cuencas se escuchan ecos de tormento

Sus bocas vomitan gusanos que devoran mi cuerpo

Y el ave oscura sigue cantando mi muerte.

 

Poco a poco, el hambre difunta me deja en los huesos

Tu tumba se abre, el vacío está adentro

Mi alma llora, mis huesos reposan

Soy el nuevo inquilino de tu sepulcro

La tumba se cierra los muertos se marchan

Las flores regresan a tus manos santas

Pues la lápida adorna ahora mi nombre

Colocas con delicada dulzura las flores en mi tumba

Una lágrima tuya resbala de una mirada perdida

El cielo se cierra los ángeles duermen

El ave oscura se marcha los muertos perecen

 

Tu rostro irradia de luz al nuevo día

Tu voz llena de melodías la soledad del desierto

Tus flores regalan aliento a un espectro

Que esperara con “ardiente paciencia”

                                                  Otra visita tuya al cementerio.