Apuñálame por la espalda
mientras me susurras al oído
lo mucho que me quieres
y lo que te ha dolido
el hecho de que no sea
como tú has pedido,
siente como brota
mi sangre de la herida,
deléitate con el sabor ferroso
que cubre tu mejilla,
en la línea que continúa
por uno de mis omóplatos
recorre con tu lengua
aquel líquido sagrado,
ahora besa con cautela
la herida que me abriste
y succiona lentamente
el amor que por mí sentiste,
que una vez estuvo
recorriéndome por dentro
desde aquel momento
en que sin pensar dijiste
que lo que de mí quieres
es correspondencia
de un sentimiento
que aún no he sentido.