A veces hay que caminar
sin mirar el rostro de la gente.
Sólo dedicar la vista al pasto recién cortado
por un obrero cansado en la tarde;
sólo rastrear la sombra de las nubes disueltas,
sin darse cuenta de quién te saluda
y de quién habla por teléfono en el banco del hospital.
¿Para qué andar buscando personas que no conocemos?
Todos se comportan de la misma forma.
Simplemente, a veces, no hay que hablar,
sólo dedicar la vista a las margaritas
viviendo en el lecho de la calle.