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El maestro y la Naturaleza. - Cuento.

—Queridos discípulos, mañana haremos una recepción a otros maestros de distintas villas —dijo el maestro—, así que, si podéis, traed flores, velas e inciensos. Ah! También algo de fruta. —se acordó el maestro.

Al día siguiente, todo estaba ya preparado. La fruta estaba en una simple mesa, pero bien decorada. Las velas ardían con tal fuerza que parecían hijas del mismísimo sol. Las flores frescas exhalaban un exquisito perfume, propio de la frescura de la edad. El incienso quemaba y con su fragancia llenaba el templo de paz. Hasta la naturaleza se hizo partícipe de esa celebración: los rayos cálidos del sol y la brisa fresca del viento daban la bienvenida a los invitados.

Maestro y discípulos estaban reunidos en el salón del templo. Momentos antes de que llegaran los invitados, un discípulo decide intervenir:

—Querido maestro, es de tu gusto lo que hemos preparado?

El maestro entonces observa la misma pregunta en los ojos de todos los discípulos.

—Así que queréis recoger el fruto de vuestras acciones con mi gratitud? —preguntó el maestro, causando rubor en la cara de todos los discípulos.

—Que estáis contemplando en éste salón?

—Habéis notado que toda la naturaleza está aquí reunida para “servir”?

»Observad las velas que arden: ellas arden para dar luz. El incienso se quema hasta las cenizas para dar fragancia traer paz al ambiente. Las frutas del árbol huelen deliciosas y su sabor enriquece el paladar. Las flores exhalan su perfume para nuestro confort. El sol trae su calidez hasta nuestro cuerpo y la brisa fresca contribuye a esa agradable sensación.

»Si toda la naturaleza está aquí para servirnos, y si somos parte de la naturaleza, porque hemos de querer recoger el fruto de nuestras acciones?

»Si haces las cosas con la actitud indicada, no te atañen ni el crédito ni el fracaso de tus acciones y el resultado que sea, tu mente no se verá perturbada.

—Recordad: cuando por fin echas a un lado la mente egoísta de: “lo hice yo, lo gané yo, lo perdí yo”, verás que todo es obra del Dios que habita en ti. Él solamente usa tu cuerpo y mente como SU instrumento. —concluyó el maestro.