Estaba de lo terrible
paradita en la frontera:
yo te lo juro por mi alma,
nunca vi cosa tan bella
(es cuestión sin importancia
que otros ni la percibieran).
Por caridad del buen Dios
no me faltaron las fuerzas
para acercarme y hablarle,
colorado de vergüenza.
Tratando de ser galante
se me anudaba la lengua.
En cambio, qué bien que hablaba,
silenciosa, su belleza.
Supongo que por piedad
para con mi gran torpeza
no me despidió esa vez
prohibiéndome la vuelta.
Ya luego pude pararme
sin miedo ante su presencia.
O mejor, con menos miedo,
que todavía me aterra,
porque podría destruirme
nomás con que lo quisiera.
Ella está de lo terrible
paradita en la frontera.