Al atardecer de un día
lánguido del solsticio de septiembre,
cuando el sol se oculta al fondo allá en la lejanía,
se percibe el susurro del aire de relente,
con mi mochila al viento y en la mitad vacía,
susurrando una sencilla melodía
voy caminando pasito a paso por la orillita mia.
sin pararme a pensar ni ser consciente.
Camino sin rumbo fijo, lentamente,
procurando no pisar las inocentes florecillas
que a lo largo del paseo me saludan de la orilla
entre los pinos y los abetos de mi mente.
Ando preso de mis miedos y aun no sé hacia donde,
mis cansinas piernas ya no aguantan lo penoso del camino,
clamo al cielo y el cielo me responde
con una fina lluvia que inunda mi destino.
Poco a poco, de mi espíritu se van nublando los sentidos
justo cuando percibe la negritud allá en la lontananza,
la tarde va cerrando sus ojos a lo largo del camino,
la brisa me despide a la vieja usanza con cariño
mientras que las colinas me cubren con un manto de nostalgia.
Hoy lanzo al olvido de mi mochila la pesada carga
y asi aligerado intento agarrarme a la vida fuertemente,
arropando mi cuerpo con un hilo de esperanza,
de arribar a la fonda a disfrutar de la pitanza
hasta que el destino decida si debo descansar eternamente.