Jorge Gambetta
El aceite aromado, con el que lentamente
voy saciando tus poros inflamados,
le da un brillo a tu piel suave y hambrienta
que resalta en la penumbra
de aquella habitación en la que,
un preludio de gemidos anuncia
la mágica entrega de dos cuerpos excitados.
Con los ojos cerrados recorro de memoria
tus rincones, el ansiado relieve
de tu cuerpo desnudo, sintiendo en las manos
la delicia de tu espalda
y de los valles que conducen
a la empinada y aterciopelada
cima de tus muslos níveos y ardientes.
La dulzura del tacto me trasmite un leve temblor
de tu cuerpo erizado levitando,
cuando me detengo al centro de tal colina vibrante
a disfrutar del paisaje
que me incita a deslizarme
por la bajada del volcán
a nadar en tu lava que pronto explotará.
Reprimes el gritar en el gemir que invita y empuja
al vacío lleno de sueños
de vuelos alocados, liberadores de deseos presos,
rehenes casi olvidados
en la cárcel del recato,
cuando sientes que bajo
sin retorno, sin pudor, atraído por tu olor a miel.
Giras, ardiente, bruscamente y sueltas amarras
y te lanzas también sin calma,
ofreciendo tu boca y tu pecho latente, agitado
por el inminente asalto
de mis labios sedientos
de tu piel húmeda y salada,
llegan la alquimia y la magia, ya sobran las palabras.