De un trabajo al otro
con diez minutos siempre de retraso,
con tres facturas vencidas en el bolsillo,
con una billetera repleta de silencio,
con las raídas ropas,
con un cansancio unánime y milenario,
con la piedra recién almorzada pesándome en el estómago,
con el entero Universo
– sin que me falte un átomo siquiera –
en esta cabeza mía
que aún consigo llevar levantada.