Camila es hija de don Pacho, el señor que desde que tengo memoria vende periódico en la terminal de transportes y decía que yo era el novio de su hija. Doña Gloria es la mamá de Camila, vende las mejores arepas del barrio y más de una mañana sacó de apuros mis madrugadas, mis favoritas siempre fueron las medio tostadas y repleta de queso cuajada, eso me alegraba mucho. Sus arepas tenían un extraño pero agradable sabor a leña, raro sabor que mantuvo a su familia por más de diez años.
Camila siempre fue la gorda de la cuadra, a ella no le molestaba, cada vez que se sentía mal se encerraba a ver televisión mientras comía patacón con carne, chicharrón o algún que otro mecato que podía comprar en la panadería. Siempre veía a Camila comiendo, fuera riendo o llorando, jugando y corriendo. Casi no tenía amigos pero a ella no le importaba, tenía a la comida consigo y eso si que nunca le fallaba. Muchas veces venía a sentarse conmigo en mi andén y me traía algo de comer, me alegraba comer con Camila, a mí me daba mucha risa verla hablarle a la comida, enfocaba sus ojos y susurraba entre sus mejillas cuán feliz la hacía, mientras sus gorditos y su obesidad hacían oda por ello, extendiéndose, sin medida agradeciendo la \"generosidad\" de mi amiguita de crianza. A Camila ningún pelaito le daba un beso, ¡y vaya del que se lo diera!, sabía que tenía que enfrentarse a la burla pública implacable de todos, sobre todo cuando juagabámos escondite y ella aprovechaba mientras comía por supuesto, para robarme un beso. Ya hace muchos años que no volví a jugar con Camila, cada vez salía menos y estaba más gordita. Camila, la gorda de la cuadra se fue para Riosucio, arrastrada por el amor de un hombre que fijó sus ojos en su tesoro interno, aún no recuerdo la última vez que la vi pero estaba muy gorda.
Camila creció conmigo, yo crecí con ella, la comida siempre nos acompañaba y una risa extraña con complicidad que nos unía, hacía de mis tardes una buena compañía. Tal vez el rechazo nos hacía perdernos en un sinsaber de conexiones que notabámos cuando nos quedabámos callados. Siempre en los diciembre quemabámos chispitas mariposas o hacíamos la fogata del diablo.
Camila, mi amiga de infancia, la hija de don Pacho y la consentida de doña Gloria sin explicación alguna se tiró del puente del pueblo. Aguantó los rechazos por su obesidad durante toda su vida, aguantó la falta de amor propio para refugiarse en la comida, pero no pudo aguantar que su marido, el que la sacó de la casa de sus padres para llevársela al municipio del carnaval del diablo, le engañara con otra mujer. Ya no hay gorda de la cuadra ni amiguita con comida.