Padre, por un momento, he caído
y mi mano al cielo estiro,
esperando, por Ti, ser levantado.
Levántate, Señor, como un gigante;
¡Tú no defraudarás a quién te ha amado!;
montarás en tu querubín alado
y, en las ondas del viento,
navegarás a mi lado.
Contarás el tiempo necesario
y ni un segundo más
permitirás mi sufrimiento,
sino que me edificarás,
cual monumento,
para estupor del adversario.
Eres el Dios más poderoso,
justamente: El Todopoderoso;
y nunca has dejado que tus hijos
soporten más de lo preciso,
sino que, todo lo contrario;
acercas siempre el mayor gozo
en la victoria, y esto, a diario.
Constrúyeme como una torre,
sobre el cimiento de tu Hijo:
la piedra base que, inamovible,
sostiene todo el edificio;
afirma mi corazón en tu palabra,
y dámela como bandera,
con tu amor llena mi alma,
¡con tu amor entrañable y tangible!
y enséñame, para que pueda,
¡también yo, amar a tu manera!
Ya que en tu gracia perdonaste,
en El Calvario, mis pecados,
clavándolos en la madera;
quiero poner, también hoy, en tus manos
el gran dolor que me desvela.
Tú eres mi consolador,
mi amigo fiel, alto muro
de ciudad amurallada,
gran escudo y también espada;
¡a Ti acudo!, cúbreme con tus alas
en mi momento de apuro,
... sé que lo harás y lo espero;
me levantarás, ¡estoy seguro!
Hiciste las estrellas...
y al mar diste lugar...
¡No tengo ninguna duda,
que me vas a levantar!