Tú, pomelo de verano, caes madura,
sin llegar al suelo, pues te ataja mi mano,
mi boca recorre tu geografía toda...
llega hasta la cúspide erecta de tus senos...
Viajero sediento de nuevos horizontes,
me perdí en tus montes... tu pelo... tu planeta Venus...
y se perdieron tus manos viajando por mi cuello,
hasta rasgarse la noche en un profundo sueño...
Encontré de nuevo en tus ojos infinitos
todas las estrellas y agujeros negros.
Caracola terrestre, la cavidad de tu boca
tiene, no el eco de mares remotos,
sino la suave y fresca brisa del arroyo,
y el gusto, no a sal, sino a miel y olor a rosas.
¡Oh, dulce dolor de nunca ser saciado...!
¿Cuántas chicharras deben cantar todavía,
mientras irrumpen en mi vida
las labores profanas...?
¿Por qué no llegan ya los estertores del día
y la hora de la cama...
y de la vieja manía de reconstruir el ritual
de los besos y de las caricias...?
¡Oh, sed de mis entrañas que nunca termina!,
¡ansiedad del alma que gime, grita y llora!,
¡oh!, arroyos cristalinos en ti...
¡nunca permitas que te beba toda!