En el templo, maestro y discípulos iban a iniciar su clase de meditación, cuando uno de ellos interviene:
—Querido maestro, no deberíamos ir a otra villa cercana a ver si necesitan algo?
—Amado discípulo, tu disposición es loable, pero tu intención —dispersarte de tu deber— no es la adecuada. —declaró el maestro.
—Tu cuerpo está aquí, pero tu mente vuela como pájaro en medio de una tormenta: vuela y posa, y al sentirse inseguro, vuela y posa y así ningún lugar será lo suficientemente seguro. Para una mente insegura, ningún lugar será seguro.
»Es lo mismo que entrar a un templo a orar y estar pensando en la hora de la comida, o si encontrarás a algún amigo tuyo dentro, buscando en medio de la gente.
»Todos estos pensamientos ocurren en una fracción de segundos, por ello uno puede no darse cuenta, pero ahí están, perturbando nuestra paz.
»Educar a la mente es escudriñar cada respiro de cada pensamiento, con lo cual deberíamos pensar antes de pensar o, por lo menos, pensar antes de hablar.
—Bien, queridos discípulos, cuidemos nuestra meditación y luego, podemos acudir a nuestros vecinos a ver si necesitan de algo. —concluyó el maestro.