Qué bello es recordar,
los días de mi andar ligero,
cuando frente a mí se abría
el horizonte ignoto y deseable,
cuando todo estaba por hacerse,
todo eran prisas y ansiedades,
todo desvelos y fatiga,
todo eran senderos y lances atrevidos,
algunos graciosos, otros funestos,
otros sencillamente fascinantes,
otros dolorosas caídas y sombrías tardes.
Otros llanto interminable.
Ilusiones que se rompen
al chocar contra el mar de lo imposible.
Otros, esfuerzos vanos.
Otros cantares de bohemia y trova.
En una de esas noches de inquietud aciaga,
de incertidumbre profunda
por no saber hacia dónde caminar,
o qué podría esperar de mi futuro,
y de una cita de amor que no llegó jamás;
en medio de mi soledad,
escuché esta música apacible
que sosegó mi alma
con el poder mismo
de una Oración profunda.
Cuánta paz, cuanta claridad
rompiendo el velo de mi obscuridad,
densa y terrible.
Cuánta tranquilidad para el espíritu,
un instante antes atormentado
y doblegado por el sufrimiento.
Como un remanso de aguas
aquietando el turbulento río
de mis pasiones.
Cuántos años después,
sigo escuchando estas notas
excelsas de tan excelso autor.
Cómo vuelve a calar hondo
en ese espacio inmensurable
que se llama alma.
Cuántos recuerdos,
cuántos caminos,
cuanto desasosiego, y sin embargo,
cuánta paz.
Ahora que los años se acumulan,
y la experiencia brota.
Es hora de sacar los jugos
a los frutos que fui
cosechando en el camino.