A ratos lanza,
a veces mansa,
luego resaltaba lo puntiagudo,
y en silencio los espectadores de la indiferencia
y no comprendieron
la llegada de las formas grises,
grises como el cielo nublado.
Ahí estaban los de siempre,
los jóvenes y los viejos
soñadores invariablemente
que aclamaban las antiguas libertades,
libertades que que se reclaman
en los rugidos de los leones desesperados.