Estás ante mí, nívea, sonriente;
me miras directamente a los ojos
desde tu cara radiante, fresca,
de doncella... adolescente.
No sabes nada de la vida
y todo te sorprende...
ni idea tienes aún del poder
que sobre mí ejerces
(mi corazón salta
al menor movimiento de tu boca).
Tu temblor no me pasa inadvertido,
temes al pensar
que me pondré atrevido...
¡porqué lo quieres!
Y lo hago... ¡mi barco cruza el río!,
¡mi quilla golpea la arena de tu costa!
Mi mano estiro, mi mano ruda,
mi mano callosa... tosca,
que ahora llega hasta la tuya
... ¡y la toca!
Y te dejas vencer... ¡abriéndote toda!,
y, ante mi furia (huracán que barre
las flores y las hojas),
bajo olas tempestuosas,
te transformas ¡en mujer!