Clara ya no lee cuentos de hadas,
y para ella es una impertinencia
que a esta altura de su adolescencia
le recuerden que alguna vez
recorrió los caminos de la niñez.
Clara ya no lee cuentos de hadas,
y hoy sólo la hace feliz
estar con amigas,
y llegar a altas horas de la madrugada.
Clara ya no lee cuentos de hadas,
y su familia, sus recuerdos
y su infancia,
importan poco y nada.
Clara ya no lee cuentos de hadas,
y tiene en su mente,
una de estas noches,
robarle a su papá su pequeño y horrible coche.
Clara ya no lee cuentos de hadas,
tiene cosas más importantes
en su cabeza,
como ir a bailar, conocer chicos y
beber incontables cervezas.
Clara ya no lee cuentos de hadas,
y de los sermones de sus padres
está harta y demasiado cansada.
Clara ya no lee cuentos de hadas,
y cuando va a la escuela
y ve a sus profesores,
se siente agobiada
y decepcionada por
estar rodeada de
tantas personas fracasadas.
Clara ya no lee cuentos de hadas,
y odia al mundo y a la gente
que no comprende que creció
y se convirtió en una rebelde adolescente.
Clara ya no cree en los cuentos de hadas,
y yo les diría, y no les mentiría,
que los considera una verdadera tontería.
Clara ya no cree en aquellos tiernos cuentos de hadas...