Kabalcanty

DOLOR

- DOLOR -

 

 

 

No nos maravilla tu caparazón,

preso en los labios resecos

y perfumado en botica que contiene

el apremiado paso del indolente.

Habitas estancias cerradas, lacradas,

que filtran filiforme luz

desmayada a los pies del lecho

columpiándose la pelusa en estertores.

El cielo es un techo blanco

y dios es un tacto paliativo

que se intuye borroso y oscurecido

manejándonos sobre un impreciso hilo

cuya tirantez nos ovilla recuerdos,

sorbos que se desnucan prontos.

Sudamos febriles, sin cansancio,

con un azogue escapista que nos aquieta,

acaparándonos carne, desdibujados órganos,

secuelas de haber sido sin ser

cual envés disminuido y paralelo

que nos argumentara enrabietados

en un suspiro que revienta inmóvil.

Al lluvioso monte de nuestra frente

aterrizan besos calamitosos

como dádiva sepulcral y fatua

que pulula en nuestras cejas remotas

y nos aqueja en un grito

fundido al moratón de una vena.

La estación del tiempo difiere,

horripilantemente pausada, morbosa,

gotea desde el infinito

y se maquilla con olor viciado

que yace marejada en las sábanas.

Al final, siempre es una de las soledades

la que nos toma la mano,

inconclusa, inexperta, remontada,

plegada al cuchillo que trocea el aire

y que nos duele al frente y al costado.

 

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