Se cobijó con la oscuridad,
como escondida debajo de un mato de estrellas,
sólo enciendió la luna.
Tendió su cuerpo cansado, inmóvil como estatua,
mejor dicho como monumento caído;
los recuerdos comenzaban a volar
como avispas, rondaban por su cabeza.
Mientras de ella brotaba el mar,
el mar que cubría sus mejillas y sus labios;
hasta que poco a poco ella logró hundirse en su propio océano.