PRÓLOGO
\"Entonces, estarán dos en el campo:
uno es tomado, el otro dejado;…\"
Mateo 24:40
Dedicatoria: A mi hijo Ángel (quien aun vive, y está sano)
A los pies de la cama de un enfermo grave.
La ciencia lucha con las armas de la Ciencia.
La madre ruega al Cielo, y el padre afligido,
solo espera.
El cuerpo del enfermo gime, a veces en silencio.
Y mientras late el corazón la esperanza vive.
Entretanto, en otra cama otro paciente
que ya come, aguarda el momento de salir
del duro entuerto. La Parca a los dos mira
con su paciencia helada, a ejercer su oficio,
mientras Dios desde su Trono, observa. Atento:
al esfuerzo del médico, y escucha los ruegos
de la madre, la zozobra del padre, el afán
de la enfermera, los suspiros del agonizante enfermo,
y la esperanza del que espera.
Da una orden llegado sea el momento, y La Parca
austera con su hoz dispuesta, ciega la vida
del que sanar parece, y deja en paz
al que parece muerto. El médico se apresta
a reanimar la vida del que parte
a pesar del esfuerzo de la Ciencia,
y minutos después da la noticia. Se escuchan
los llantos y gemidos lastimeros, después,
el silencio impera.
Una mano invisible ha inclinado la balanza
a favor del que renace del entuerto, mientras
que en la otra cama yace el cuerpo de aquel
que no pudo rescatar La Ciencia.
¿Quién decide? Se pregunta el médico.
Definitivamente, Uno que tiene el poder de hacerlo.
¿Qué ha sido aquello que ha dictado en contra
del pronóstico del médico, que uno
más desgraciado sobreviva, entretanto
que el más sano, en el último suspiro
dejó escapar la vida?
¿Y por qué?
Nadie acierta a dar una razón irrefutable.
Todo será especulación e incertidumbre.
Solo un asunto prevalece en tan desigual dilema:
Nadie sabe.
¿Será una prueba que Dios ha puesto
a los padres del difunto? ¿Será un castigo?
¿Serían los ruegos de la madre? Quién lo sabe.
Pero es un hecho conocido por todo aquel
que se aventura a cuidar científicamente
de un enfermo, que así llega a ocurrir.
Y que sucede lo que ninguno espera.