Despojar al lenguaje de lo que le sobra
e incorporarle aquello de lo que carece,
no a manera de prótesis o postizo,
sino de modo tal que se convierta
en parte del lenguaje como si desde simpre,
pero por siempre nueva y sorpresiva.
Lograr decir las cosas como son y como no son,
como debieran ser o como a uno
se le antoje que debieran
y construir a la vez un discurso
al que las tales cosas le importen un comino
(pero un comino mandado
a traer del Turkestán
en virtud de los méritos mágicos altisimos
no de la hierba ni del territorio,
sino de la palabra \"Turkestán\",
como escribió un poeta alguna vez).
Y que el señor lector y el señor crítico
aplaudan si es que entienden que deben aplaudir
(o que que su indiferencia no me importe un comino,
de los de acá nomás,
de los cominos esos comunes y silvestres).