Llueve...
llueve en Asunción del Paraguay,
de vereda a vereda, el raudal
(arroyo citadino, “ad honorem”
funcionario municipal),
después de limpiarlo todo,
corre cristalino...
Mi mente descansa un rato
en las monótonas notas
del estridente ruido
que dan al repiquetear las gotas
en las chapas del techo donde vivo.
Poco a poco los recuerdos,
en espectral torbellino,
en mi entorno comienzan a girar,
en mi cuarto de soltero...
de solo... solitario en soledad.
¡No quiero...!
pero forzado me veo a recordar...
La maceta, en sus hojas verdes
se alboroza,
temblando con cada golpe de gota,
la naturaleza,
en este simple e ignorado acto,
se besa...
Es temprano,
son las diez de la mañana,
es lunes también,
como cualquier otro
de cualquier otra semana
de cualquier mes...
¡Mentira...! soy un mentiroso,
no es igual... ¡no lo es!
Podrá llover... pero un año atrás
era el día y la hora en que nos encontrábamos,
¿recuerdas?... que aún lloviendo
viajábamos para vernos, para tocarnos,
para comer juntos,
para clavarnos las uñas en los cuerpos
y ¡enloquecernos a besos sobre un lecho!
Nos alegraba que lloviera
porque, aunque era primavera
o verano, se ponía fresco
y daba lugar para correr
entre risas y saltos al hotel.
Te extraño... y yo sé que tú también.
Estarás, ¿dónde?... ¡no lo sé!...
pero el daño que en mi pecho abre esta lluvia,
cual cuchillo entra en el tuyo
ahora mismo... ¡dónde estés!