Perdona si aquella vez,
pensando en mí torturado:
“¡Yo de un paria enamorado!”,
lejos de ti me aparté.
Mas llevaba para siempre,
indeleblemente impreso,
el estigma de tu beso
en mi tacto y en mi mente.
Me he dado cuenta, por fin,
al faltarme tu fragancia,
de que es una lucha vana
tratar de vivir sin ti;
de que no existe arrepentimiento
ni misericordia
que borre de la memoria
la marca de un beso auténtico.
¡Cómo abjurar de ti nunca,
de la noche en que fui bautizado
en tus ojos plateados,
como el mar, de luz de luna!
Un gran vacío sentía,
un hondo dolor agudo,
pues tu amor, en verdad puro,
doquiera me perseguía.
Oh llámame, te lo ruego,
aun si sólo nos besamos
presintiendo nuestros labios
casi rozar el teléfono.
Oh háblame, por favor:
tu silencio me destroza
mientras lágrimas ahogan
del otro lado tu voz.