Juan de Marsilio

No todavía

Una tristeza absoluta
pero no exenta de belleza
y por eso mismo
más dolorosa
(y adictiva,
también).

Un territorio silencioso y blanco,
frío pero sin vientos,
sin ruidos ni presencias
que sugieran sentidos
a tanta soledad.

Un extraño sentirse
no en medio de eso, no,
porque la infinitud no tiene centro
- y si lo tuviera,
qué iba a ser uno el centro de tal desolación,
si uno es menos que nadie,
si uno acaba nombrando, cuando quiere nombrarse,
al más desconocible de los desconocidos -
no en el centro de toda esa nada
sino llevándola siempre
como guardada en el pecho.

Y Dios,
que de vez en cuando
tira finísimas cuerdas de luz
hasta el fondo del pozo sin fondo,
para que uno, si quiere, las aferre,
haga un esfuerzo
y asome sobre el borde los ojos, la nariz
(al menos por momentos)
y pueda no morirse todavía.