Me he cansado ya
de hablar palabras
que nadie entiende
porque en su horizonte
estrecho, ni la luz del sol
se asoma, ni el silbo
del viento se escucha...
por estrecho.
Como un caballo de tiro
llevan los ojos cubiertos
con orejeras de cuero,
y el arnés ceñido al cuello,
y uncido el tiro a la carreta
que arrastran sin saber
por qué ni a dónde
les ha de llevar su faena.
Su andar brioso se lo frena
el atelaje fruncido,
y por el hocico el freno,
de la ancestral enseñanza,
a fuerza de repeticiones
aprendida.
De mentiras estofada,
y tirando de la rienda
el ministro que ministra
las mentiras ancestrales,
que se toman por verdades
a fuerza de repetirlas.
Por las Edades.
Me he cansado ya de hablar,
y de advertirles ¡cuidado!
Mira bien en dónde pisas,
hacia dónde van tus pasos,
que es más fácil educar a un infante,
que a un estudiante avezado,
cuando a sus dogmas
se atiene, porque más pierde
quien tiene, una mentira
que aferra, con su más
profundo aliento,
que aquel que en su afán
de saber, cuando le cae la venda,
camina con paso incierto,
por un tiempo.
Y luego se anima a creer
lo que es cierto.
Por eso y por no ofender,
he dejado ya de ser verdugo
para quien la mentira cree,
y en su cerrazón porfía,
y se atreve a decir que
es mía, la mentira
porque en su libro lo dice,
y su mentor se lo afirma:
Que la mentira es verdad,
y que es mentira lo cierto.
Aunque le salte a la vista,
y el oído se lo diga.
Ni ve, ni oye. Así es esto.
Así pues me he dedicado
de un tiempo para esta parte,
a escribir versos y rimas,
con la intención de decir
lo mismo que dije antes,
a oídos que quieran oír.
Y a ojos que en verdad miren.