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Dejaste entreabierta en la cárcel del tiempo,
un murmullo de palabras fieles a su momento,
que se fueron hilvanando con hilos de antaño,
haciendo un abrigo que arropó a mi alma año tras año…
Sorbo a sorbo fui bebiendo el rocío de alboradas…
y en cada una, siempre hallaba tu mirada;
en cada paso que daba como punto y seguido en un escrito,
estabas tú, lejana en un tiempo… con tu consejo erudito,
regando mis primaveras… aun cuando era invierno
y cosechando olivos en un suelo sempiterno.
Bajo tu mirada transparente de ése, tu árbol del saber,
siempre te hallé insistente y vigente en mi ser
y anduve caminos… creyendo estar en lo cierto,
errada en lo que debía ser no te miento,
en mares eventuales… y de mi esencia todos carentes
y siempre tú, cada vez más te me hacías presente.
De tantos traspiés y tantas piedras que encontré,
un día me sinceré con mis recuerdos… y con ellos pernocté,
hallándote… con ésa, tu pluma mágica que daba forma a tu verbo
y abrí esa puerta, que por no abrirla en algún tiempo, la razón me conservo
y ahí, fui forjando mi verdadero camino con tus huellas ¡maestra!
¡sí, mi querida maestra! porque así me enseñaste, con tu mano diestra;
primero ser y luego, sentirse orgullosa de ello,
pues me enseñaste a cómo emprender mi vuelo…
no importa cómo, cuándo y dónde lo lograste,
hoy, bajo la lupa del tiempo… doy fe, tu luz me la entregaste.
Hija del Sol
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