Para qué esforzarme en escribir poemas
para tus ojos hermosos, para tu cuerpo ideal;
para qué si tus ojos no me miran;
para qué si tú nunca me amarás.
Para qué los suspiros al pensarte;
para qué los “te amos” al mirar
tu dulce faz hermosa y fascinante;
la más bella que Dios pudo crear.
Para qué esperar una mirada tuya;
para qué si al verme lo haces con desdén.
Para qué si entre los cismas de mis sueños
tu cabello es mi vida y en la realidad no lo es.
Para qué, dime tú, amarte tanto,
si ni en mil años sentirás la mitad
de este amor que se escapa en cada verso
y que pronto me consumirá.
Para qué ensalzarte en cada verso;
para qué hacer de ti mi musa ideal;
para qué torturar mi alma creyendo
que algún día me amarás.
Para qué forzar mi mente en este instante
observándote y escribiendo este poema para ti,
si tus ojos bellos no habrán de amarme
jamás en la vida, Saraí.