Éramos mucho más jóvenes
por aquellos años
– aunque a mí
lo joven
se me notaba
mucho menos –
e íbamos juntos por esas aceras
que daban casi siempre
en las camas alquiladas
de esos hoteles sórdidos de tan higiénicos
donde el amor imperfecto y glorioso
da sus batallas contra
otras cosas que son parecidas
al amor pero acaban por matarlo.
Ahora
cuando sé que amor perfecto
hay nomás el de Dios
y construyo la vida
con una
que elegí y me eligió
para honrarnos, amarnos y respetarnos
con el sueldo recién cobradito
pero también a fin de mes
y para soportarnos los defectos
con mutua paciencia,
ahora,
te decía,
no me arrepiento para nada
de casi nada de todo aquello
– pero te pido disculpas
por alguna que otra
marca de mis dientes
en tu fina piel
y más por las huellas
que en el alma te hubiera dejado
mi cinismo principiante
de por aquellos días.