1- NUEVOS BRÍOS
Nos invadían nuevos bríos
que favorecen el viaje
ecuestre en el protagonismo
del deslumbrar.
Sentimos la estocada en un reflejo
gozoso del agua,
que el mundo nos prestaba
clarines crepusculares,
juegos de espadas blancas,
interminables ocasos
en el bendito trofeo de la carne/
La hostia consagrada del alma
En el andén del acierto.
El sol iniciaba en las pestañas
de nuestro horizonte que instaba
la cura enroscada de la sangre.
En mitad de la partida
nos emborrachamos de hambre,
de cristales encendidos,
como lianas ensambladas.
La embarcación del sueño grande
forcejeaba en el nidos de metales.
La intimidad se mostraba desnuda
al ojo que no le incumbe
la asfixia de los canales ni
la desnudez de ese nudo de alambre.
Ahí éramos la palpitación al aire
del corazón en un pecho abierto
Dejamos hastiada la sonrisa cruda
del infortunio al latido de la piel.
La charca era marea sin gestos
cuando abruptamente enmudecieron
nuestros ademanes de puro templo/
En un baldío satisfecho
se grabó el hueco en el pastizal
como las patas del corcel llamado tálamo
dejamos un hueco sugiriendo el cenizo,
restos de flamas rotas en su nido
donde la calma era la pausa
de nuevos bríos y el cenit
una corola de rojo inmolado
en sus pétalos cobrizos.
En la sentencia del sopor
habíamos derrochado establecidos
colores en la insolencia del silencio amordazado/
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2- EL HALAGABA TU OÍDO
El halagó tu oído
con cuentos de cenicienta,
horadó tus sienes con bellos sueños
de nodriza que se apegaron
en las paredes de tu cerebro.
Fue el mago hechicero
que distendió tus gestos,
el embaucador maquinista
acelerando tus latidos,
el mágico carrusel
donde bailabas en el espacio.
El corcel que huyó abruptamente
y tus palabras se entumecieron.
En la noche apacible
juntaste fragmentos de los cristales
de ese quebrado corazón frágil.
Residuos de vidrios cortantes
clavados en tu alma...
Volviste a armar los retazos
en compañía solitaria
con anteojera de obediente
potranca tirando del carro.
Doliente y sufrida.
Callada y perpleja.
No te preguntaste para que ordenar
el caos en una vacía maleta,
ni para que pronunciar otro nombre
ni oír el golpe de otros pasos.
Te habías enamorado
de un cobarde fantasma
que en rictus de mutis
desordenaba tu falda.
El se fue plantando lagrimas en tus orbitas,
una perpetua señal de fruncido entrecejo,
un cruel tiempo en el cajón del espanto.
Tus manos seguían acariciando
la silueta de un espectro,
un artificio de piel,
un recuerdo adulante de diluida conquista.
Te dejó la llovizna en los ojos
que no apaga el simulacro de la risa y
el ritual diario de esa nostalgia monoteísta.
Mujer eres
entre los hombres reales de firme camino,
cuando el devenir traiga
la zapa cavadora de esa esclavitud.
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