Era
la primera que vi
– la primera que me hizo de veras
girar la cabeza para
volverla a mirar
y quedarme mirándola –
un contundente animal ojiazul
en quien lo rotundo
no quitaba lo grácil.
De su boca brotaba un raudal de sandeces
que yo no sé por qué ni me afectaba:
algo le trascendía la tontería
y yo me embobaba por ella
con toda lucidez.
Algo le hacía sabia la simpleza.
Algo que no discierno tras tantos años
si estaba en ella o en mí
o era tejido por la circunstancia
o estaba y siempre está para quien guste
implícito en el alma azul del mundo.