Cuando los policías ingresaron a la habitación, no tuve otra opción más que la redención. El crimen estaba consumado. Rápidamente los agentes me esposaron.
¡La escena era macabra!
No pude dar ninguna explicación por el momento. Ella, con su silencio, disimulaba su culpa, haciendo visible su intención- pretendía huir-. Entonces empezaron las preguntas:
- ¿Cómo es que sucedió?
- ¿Por qué motivo Ud. lo mató?
Evite responder, mientras buscaba su mirada, para que dijese su confesión, ella simplemente permanecía callada, nuevamente me interrogaron y torturaron hasta lograr mi testimonio, entonces confesé:
- ¡Soy el autor del crimen señor!
- No existe otra justificación, simplemente lo maté, porque me harté de su falsedad.
El olor de los barrotes era inevitable. Ella logró salir impune y sin ningún signo de remordimiento, una mañana me visitó y mirándome a los ojos me dijo:
- Agradezco tu silencio…
Sin más se marchó, dejándome nuevamente solo. Ya en la penumbra de la noche conversé con mi soledad- hablamos mucho- pero no dijimos nada, recordé los momentos junto a ella y también pude ver, retrospectivamente, como se desfragmentó el candor, pero hay algo que la justicia ignora.
Ella es feliz mientras yo sufro este encierro- la justicia nunca llega en proporción- me acosté, finalmente, guardando el secreto que ella fue la autora intelectual que mató nuestro amor.