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El maestro y el Perro-guía.

—Querido maestro —dijo un discípulo—, un amigo me pidió un consejo, y no supe qué podía hacer, y eso me entristeció.  Sé que no estoy preparado para transmitir enseñanzas.  —concluyó el discípulo, al tiempo en que su rostro pedía, encarecidamente, que le ayudara a resolver su conflicto interno.

—Querido discípulo —dijo el maestro—, en efecto, no estáis preparados para transmitir enseñanzas, lo que no quiere decir que no podáis hacer nada al respecto.

—Escuchad —y siguió el maestro con las enseñanzas—:

«En el grado evolutivo que os encontráis, y así yo lo veo, podéis ser como un perro-guía, a aquellos que necesitan de vuestro servicio, porque para esto estáis en ésta vida: para servir.

Los perros-guía son aquellos que ayudan a personas invidentes o con deficiencia visual grave a que puedan moverse, por un camino, con relativa seguridad.

Estos perros-guía recibieron el adiestramiento necesario para poder llevar a cabo tal fin y aunque tienen sus limitaciones, eso no impide que el auxilio o asistencia que prestan sea de gran utilidad. Incluso, llegan a practicar la “desobediencia inteligente”       que significa ir en contra de la voluntad del asistido cuando ellos detectan que pueda ser peligroso o incomodo la actuación que aquél pretende que se cumpla. Les salva de los tropiezos en el camino, les garante un equilibrio emocional a través del arnés de sujeción que no es otra cosa que el eslabón de amistad y confianza que fue creado por los dos. Los perros—guía han aprendido que la disciplina es fundamental y por ende, el asistido se involucra en ese mismo objetivo.

«Mis queridos discípulos, todos tenemos las mismas capacidades y en nuestro camino también debemos de servir a las personas que buscan salir de ese estado de oscuridad, ofreciendo amor, confianza, auxilio y todo lo que les pueda guiar a encontrar un camino seguro.

—Gracias querido maestro —dijo el discípulo—, ahora mismo voy a buscar a ese amigo!