A mi padre.
Mi padre siempre fue un tipo serio, un tipo al que tienes que sacarle las palabras a pedazos, así como no queriendo, como si su único abecedario fuera el silencio.
Casi no está en casa, y cuando está es como si no estuviera. Sentado en aquel rincón, en aquel escritorio, en aquella mesa, leyendo horas tras horas, se levanta para tomar agua o comer algo.
Nunca he escuchado de sus labios sobre su vida, casi nada de sus padres, de sus hermanos, parece ser que tuvo una infancia dura, por eso no quisiera que la recordara. Sus padres han muerto, tiene dos hermanos, es rara la vez que se hablan, nunca estuvo en su casa por mucho tiempo. Una vez le pregunté como sabe tanto, de dónde saca mucho conocimiento y él me contestó:
- \"Desde que era pequeño, mi refugio fue la lectura, viajar de un lugar a otro, leía de periódicos a libros, buscaba en librerías, entre basura y cosas viejas algo que aprender. Pero no sé nada, solo sé un poco, nadie jamás sabrá todo.\"
Sé que siempre ha amado la filosofía, la teología, las letras, la poesía, y que es muy bueno en lo que hace y que ama su profesión. Él nunca ha escuchado de mis labios un te quiero, ni yo de sus labios un te amo. Pues nunca hemos sido del todo cariñosos, a pesar de tener muchas cosas en común.
Y aunque ahora no tenemos mucha comunicación, recuerdo mi infancia a su lado, eso me basta. Cuando lo requerí estuvo ahí y aunque no crucemos muchas palabras siempre estará cuando lo necesite.
Me he sentado a recordar mi niñez junto a él. Cuando él llegaba a casa y me subía en su bicicleta y me llevaba a los parques, sentados tomando un jugo, viendo pasar a la gente, viendo las palomas, cuando íbamos a pescar y esperábamos las olas del mar para ser volcados por ellas, las salidas en bicicleta a las montañas, cuando bebíamos del río y descansábamos bajo la sombra de los enormes flamboyanes o las pochotas. Recuerdo cuando íbamos a los zoológicos, cuando nos siguió un escorpión, cuando me leía cuentos, cuando me regaló un pato, extraña mascota, pero le llame Donald, cuando comíamos naranjas, tamarindos y mangos a morir.
Recuerdo a mi padre de joven, un hombre robusto, alto, blanco, de pobladas cejas, sus ojos grises tenían enorme fuerza, me cargaba en sus hombros, nadaba los ríos crecidos y escalaba las montañas, me enseñó a no temerle a las caídas, pero hoy su cabello se pinta de canas, su grave voz tiene menos fuerza y su mirada se pierde en los reflejos del sol.
Nunca me golpeó, nunca me dio un castigo, siempre me educó con palabras, con actos. Ahora han pasado algunos años, he crecido, no he tenido el valor para acercarme y pedirle un consejo, para darle un abrazo, pero él sentado frente a mí, me mira y sonríe.
Mi padre siempre ha sido un tipo muy serio,
pero siempre ha sido un hombre bueno.