Soy un caminante que halló su camino,
caliente de vino y ebrio de sol;
que cayó un momento, mas no fue vencido,
pues se levantó... y siguió su fatal destino:
transitar constante, errante, bajo el signo
de lo ignorado y desconocido,
¡siempre hacia adelante!
Soy un caminante que canta su suerte,
compelido siempre en su corazón,
escrutando cielos, buscando verdades,
tanteando la vida... rogando el perdón
que regala Dios...
Soy el caminante de la utopía,
que infeliz reclama el perfecto amor,
subiendo las cimas de las alegrías
navegando el río negro del temor,
soportando embates de feroces climas,
¡en los infaltables valles del dolor!
Soy el caminante que detendrá un día,
su marcha infructuosa, su absurda labor...
y, en última instancia, detenido muerto,
a la orilla misma del profundo abismo
de su ignorancia y de su estupor.
Muy poco he juntado siendo peregrino,
con mucho bagaje no se puede andar,
en puertos quedaron amores sufridos,
hijos desgarrados de mi soledad.
Muy confuso y vago será mi recuerdo,
en los pocos, ésos... que me olvidarán;
y en mi aniversario no habrá quien pregunte
a Dios por mi alma: ¿dónde estará?
Soy el caminante que encontró la senda
que, infinitamente, ¡nunca acabará!