No diré que es una noche especial, es una noche como otra cualquiera. El cielo ha perdido ese brillo de la tarde y ahora es oscuro y caen finas capas de lluvia; es la hora del silencio, del vacío. Hace unos días que estuve otra vez con él, compartimos unas horas de amor, de ese amor que se da sin pedir nada a cambio, porque no hay preguntas, no hay reclamos. Yo le digo, dime que me quieres, y él me dice que si , que me quiere y eso me basta , porque en esos momentos, ayer no hubo y mañana no existe. Olía tan bien que me lo comí a besos, se pegó a mí y su sexo inquieto buscaba el mío. Yo repetí varias veces que lo quería, mientras su lengua recorría ese lugar que hacía que mi cuerpo se retorciera igual que una serpiente o igual que una meretriz deseosa. Lamí cada rincón de él, hasta que el placer que le produjo hizo que arremetiera dentro de mí y enloquecimos. Devoré su boca cuando gimió, porque no podía dejar que ese grito se escapara fuera. Entre mis piernas estuvo enredado un rato, seguía agitado igual que yo; el cielo había sido nuestro unos segundos antes. Me vestí y salí de su habitación si apenas hacer ruido, él estaba adormitado y lo contemplé un par de minutos y aún lo deseaba más. Sigue la lluvia serena esparciendo sus finas perlas traslúcidas y yo me refugio en esos momentos donde no hay ayer , ni mañana.