Ahora la playa solitaria
la casa solitaria
la banca en el andén
cerca a la plazoleta solitaria
la taberna de siempre solitaria
el alma y lo que queda ella
y de mi vida solitaria.
Y me pregunto si habrá sido real
el balcón del hotel aquél cerca a la playa aquella,
o si esta casa estuvo alguna vez
habitada por alguien,
o si nosotros, los que fuimos,
logramos en verdad
morar sobre el alma todas esas cosas
que ahora niegas y abandonas
como si su sabor te fuera indiferente
y dejaras colgados, al olvido,
los más íntimos rasgos de la memoria.
Ah, si pudiera anclar a mi boca tu besos de ciruela,
si pudiera, de nuevo, visitar
aquellos sitios que marcamos
con nuestro olor de rebeldía,
si me quedaran fuerzas para decirte “sí”,
para habitar de nuevo, juntos,
lo que deshabitamos solos,
si de repente un soplo
un golpe de esperanza que levantara todo.
Pero no hay más,
lo juro, enserio, y digo:
no hay más.
Porque me di de beso en beso
hasta agotar los labios
sin esperar jamás tu azote de magnolia.
Porque quise que fuéramos juntos
lo que no fui yo solo.
Porque lograste como nadie tocar el sitio exacto
hasta hacerme saber que existe
realmente
eso que llaman ‘el adentro’.
Porque nos faltan fuerzas.
Porque aún van y vienen
nuestras manos dudosas de su exilio.
Porque sí.
Porque no.
Porque eres mi luz
y porque ahora, sin piedad,
eres también quien me la quita.