Pedro Verlaine

Respuesta a un amor que cura y arde

Ahora la playa solitaria

la casa solitaria

la banca en el andén

cerca a la plazoleta solitaria

la taberna de siempre solitaria

el alma y lo que queda ella

y de mi vida solitaria.

 

Y me pregunto si habrá sido real

el balcón del hotel aquél cerca a la playa aquella,

o si esta casa estuvo alguna vez

habitada por alguien,

o si nosotros, los que fuimos,

logramos en verdad

morar sobre el alma todas esas cosas

que ahora niegas y abandonas

como si su sabor te fuera indiferente

y dejaras colgados, al olvido,

los más íntimos rasgos de la memoria.

 

Ah, si pudiera anclar a mi boca tu besos de ciruela,

si pudiera, de nuevo, visitar

 aquellos sitios que marcamos

con nuestro olor de rebeldía,

si me quedaran fuerzas para decirte “sí”,

para habitar de nuevo, juntos,

lo que deshabitamos solos,

si de repente un soplo

un golpe de esperanza que levantara todo.

Pero no hay más,

lo juro, enserio, y digo:

no hay más.

Porque me di de beso en beso

hasta agotar los labios

sin esperar jamás tu azote de magnolia.

Porque quise que fuéramos juntos

lo que no fui yo solo.

Porque lograste como nadie tocar el sitio exacto

hasta hacerme saber que existe

realmente

eso que llaman ‘el adentro’.

Porque nos faltan fuerzas.

Porque aún van y vienen

nuestras manos dudosas de su exilio.

Porque sí.

Porque no.

Porque eres mi luz

y porque ahora, sin piedad,

eres también quien me la quita.