Te ví, así, hasta desnudarte el alma.
Y tras tus ojos morenos,
el cielo reanudó su calma.
La mano deslizaste sobre mi hombro,
encendiendo en las entrañas mi fuego,
dejándome inmóvil al instante,
y sin previo aviso tus labios
se fundieron con los míos.
Heber S. S.